¿Qué decir acerca de Dios cuando no hay nada que decir?

Recuerdo que estaba en la sala de emergencia, parado detrás de la cortina, abrazando a una madre que no tenía más años que yo, mientras que ella sostenía en sus brazos a su niño que había muerto y que no tenía más años que mis niños.

¿Qué se puede decir en momentos como estos?

Esta madre no lloraba tanto como para jadear como cuando alguien se ha hundido hasta el fondo de una piscina y acaba por último de subir a la superficie para tomar aire. Alisaba los risos de su niño con una mano. A veces le musitaba como creyendo que calmándolo le devolvería la vida.

Era el comienzo de la temporada de béisbol. Esa tarde mis niños y yo capeamos clases para ir a ver cómo los Nationals le ganaron a los Marlins. Todavía llevaba mi gorro de los Nats y tenía residuos de palomitas de maíz en mi suéter y manchas de mostaza en mis pantalones. No lucía como pastor ni sacerdote.

La madre se levantó y fue al pasillo a buscar a su esposo, y me dejó con el niño. Cuando la capellán entró en el cuarto y me vio con mi gorro puesto y las manchas de mostaza en mi ropa llorando por el niño, creyó que era parte de la familia. No pensó que sería el pastor.

Puso su mano en mi hombro y, después de un momento, me dijo: “Todo saldrá bien”.

“¿Qué demonios dijiste?” respondí.


He sido pastor por 16 años.

Durante este tiempo, son innumerables las veces que he estado en salas de emergencia o funerarias. Ya no sé en cuantos hospitales o cementerios he estado. En muchas ocasiones, he escuchado a cristianos bien intencionados tratando de decir algo consolador, cuando más bien es lo opuesto o hasta destructivo.

Conozco a gente de mi congregación que les ha dicho a otras personas de mi congregación que Dios les debe haber dado cáncer como castigo o para acercarlos más a Dios.

Conozco a cristianos que le han dicho a alguien que la muerte de su conyugue o hija es parte del plan de Dios.

Conozco gente que abandonó por completo a Dios cuando el sufrimiento los golpeó, porque algunos cristianos trataron de consolarlos con ideas sobre “la voluntad de Dios”.

La mayoría de nosotros no sabemos qué decir cuando no hay nada que decir. No sabemos dónde está Dios cuando la vida nos trae sufrimiento. De modo que, sólo mostramos nuestra ignorancia con lo que decimos u ofrecemos contemplaciones vacías.

El Antiguo Testamento contiene el cuento popular de un personaje llamado Job que perdió a todos sus hijos. Perdió la salud, toda su riqueza y hasta su matrimonio. Peor aún, lo perdió todo de una vez. Toda su vida se desintegró más rápido que un sueño.

Durante varios días Job se quedó callado sin poder creerlo. Sus amigos lo fueron a visitar –buen gesto este– y se sentaron con él en silencio.

Hasta que finalmente Job habló. Entonces sus amigos descubrieron que no estaban preparados para el dolor que Job exclamó. No lo aceptaron.

Todos los que han estado junto a una persona cuyo sufrimiento es puro e inmediato, cuya desesperación parece abrir un abismo, todo el que ha estado en esta situación ha sentido la tentación de tratar de extinguir dicho dolor. Y muchas veces nuestra conversación acerca de Dios es una forma de darle término a las expresiones de dolor.

Preguntas como “¿dónde está Dios…?” o “¿por qué Dios ha hecho esto…?” pueden convertirse en el medio por el cual intentamos silenciar una vulnerabilidad demasiado tormentosa para ser soportada.

Algunas veces la vulnerabilidad que deseamos aquietar con este tipo de preguntas es la nuestra.

De modo que, recurrimos a clichés. Pero así como la ropa de “talla única” realmente no sirve para todos, lo mismo ocurre con las generalizaciones que decimos.

Los amigos de Job sufrían de una desconexión entre lo que ellos creían saber acerca de Dios y cómo Job describía su experiencia. Así que, sienten la necesidad de corregir, explicar y responder a la experiencia de Job. Le ofrecen pláticas.

Pero si es cierto lo que Jesús dijo acerca de que el amor es dar la vida por otro, entonces esto quiere decir que el amor es la voluntad para poner de lado tus presunciones en favor de escuchar a tu amigo, la voluntad de amar más a tu amigo que tus ideas de cómo Dios y el mundo funcionan.

¿Qué decir cuando no hay nada que decir?

En lugar de decir “Dios debe estar enseñándote algo”, quizá sería mejor decir: “cuéntame cómo te sientes. No hay nada que tú puedas decir que me espantará o me ofenderá. Aquí estoy para escucharte”.

No necesitamos proteger a Dios de nuestras emociones. De la cruz misma, el Hijo de Dios gritó “¿por qué me has abandonado?” Dios respondió a dicha cruz, que nosotros hicimos, con una tumba vacía. Dios no necesita ser protegido, especialmente de nuestra franqueza y sentimientos de abandono.

La fe requiere el conocimiento de que no necesitamos proteger a Dios. No tenemos por qué proteger a Dios porque Dios no tiene la culpa.

Banalidades y explicaciones sugieren que Dios está detrás del sufrimiento y dolor de nuestras vidas. Sugieren un mundo en el que no hay contingencias, un mundo donde todo ocurre según la voluntad de Dios. Pero la Biblia no ve el mundo de esa manera. Como dice San Pablo, el mundo gime esperando la redención de Dios (Romanos 8:22). Según la Escritura, el sufrimiento es un síntoma de que el mundo es rebelde a Dios. No es una señal del plan de Dios para nuestras vidas.

Quizá inventamos un mundo diferente, un mundo con una causalidad rígida, porque lo opuesto nos asusta.

Quizá es demasiado espeluznante pensar que nuestra vida es tan vulnerable y frágil como muchas veces nos sentimos. Y así es la vida.

Quizá nos asusta pensar que la pregunta “¿por qué?” no tiene respuesta. Y muchas veces no hay respuesta.

Quizá es demasiado aterrador admitir que hay cosas que nos pueden ocurrir sin ningún aviso y por ninguna razón, cosas de las cuales nunca nada bueno saldrá. Estas cosas pueden ocurrir, y de hecho ocurren.

Es posible entender que queramos que haya un plan para cada uno de nosotros, que haya una razón para cada escollo en el camino. Pero reflexionemos: El resultado lógico de dicho razonamiento sería convertir a Dios en un monstruo. Tal Dios sería un Dios dominante pero no un Dios digno de nuestra adoración.

Lo cierto es que Dios no usa o manda sufrimiento. Dios está presente junto a nosotros durante el sufrimiento. De hecho, en la cruz de Jesús vemos a Dios sufriendo por un mundo quebrantado.

En suma, ¿qué decimos cuando no hay nada que decir?

Te ruego que no digas “Dios tiene una razón”. Trata algo como: “De seguro que Dios no quiere esto para ti”.


La capellán del cuarto de emergencia retiró su mano de mi hombro cuando la miré a los ojos y dije “¿qué?”

Se sonrojó y pidió disculpas: “lo siento, no supe qué decir”. Pero no me sentía con el ánimo para su disculpa. Me sequé las lágrimas y le dije: “cuando la madre del niño vuelva, no diga ninguna cosa”.

Al principio, los amigos de Job hicieron lo correcto. Se sentaron en silencio con su amigo y sufrieron junto a él. El problema empezó cuando abrieron la boca.

Lo que asusta es que al final del libro de Job, después de muchos capítulos, después de que Job maldijo el día que nació, maldijo a Dios, puso en duda la justicia de Dios, alegó en contra de la ausencia de Dios, acusó a Dios de abuso y lo acusó de ser nada mejor que un criminal –al final del libro, cuando Dios finalmente se presenta y habla, Dios no condenó a Job.

Más bien, Dios condenó a los amigos bien intencionados de Job.

He estado en suficientes hospitales y cementerios para saber que nuestros intentos por consolar, responder y explicar terminan en acusaciones contra Dios, como si él fuera un ser en cual no podemos confiar y que nos ataca.

Al tratar de ubicar dónde está Dios en medio del sufrimiento y el dolor, podemos terminar alejando a la gente de Dios.

En los últimos dos años, he estado luchando con un cáncer incurable. Sé de lo que estoy hablando. Lo único más terrible que sufrir sin razón ni explicación es sufrir sin Dios, porque Dios está con nosotros en el sufrimiento, en la misma forma en nos llama a estar con otros en sus sufrimientos.

Como pastor y paciente, mi consejo es: cuando no hay nada que decir, no digas nada. O como lo hacen quienes se lamentan en los Salmos: lamenta y enójate con Dios.

Si la fe involucra saber que no necesitas proteger a Dios, entonces la fe también es un tipo de protesta contra Dios, porque todavía no ha cumplido su promesa de redimir toda su creación.

“¿Dónde está Dios en medio del sufrimiento?” es una pregunta que debe elaborarse para dirigirla a Dios en forma desafiante: “¿Por qué te demoras tanto, Dios?”

Sólo un Dios cuyo poder es un amor sufriente podría apreciar la ironía: la fe que cualquier extraño vería como duda o, algunas veces, hasta desesperación.


Jason Micheli es pastor ejecutivo de la Iglesia Metodista Unida de Alexandria, VA. Es autor del libro Cancer is Funny: Keeping Faith in Stage-Serious Chemo. También participa en Crackers and Grape Juice podcast, y escribe Tamed Cynic blog. Micheli vive en Washington DC con su esposa Ali y sus dos hijos.

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